Select Page

Wirrárika

Wirrárika
Toapuri, 1991. De boca de Rafael López de la Torre (jicarero de Kauyumari) afloraron suaves y redondas palabras enjoyadas con pausada voz a ésta para describir el mundo que vive con corazón. Así que sabe de la matemática celeste y de geometría cósmica, de la correlación de los ciclos estacionales que por herencia le fuera dada a cuatro rumbos para andarlos anualmente a pie apenas siendo niño ―hasta que llegaron los caminos del teiwari (¡urge, así como pasos de animales, pasos a la cultura de éstos, los «más grandes peregrinos del mundo»!)―, sabe además del maíz y de herbolaria y de la flor y canto…, en suma, sabe de intervincularse con la tierra; cuatro conocimientos originarios que son parte del saber profundo con que fueron dotados los huey tlatoani del México prehispánico para vivir justamente y en armonía con el mundo.

Equilibrado, firme y sereno, el último de ellos así fue: ―mi general Emiliano Zapata Salazar. Cómo no iba a serlo [refiere aquello que le contaron], si desde nacencia, como a mí me pasó, le amamantaron con ellos y luego, directamente le entremetieron desde los nueve años de edad a esas enseñanzas del conocimiento profundo, conocimiento depositado en el seno de las mujeres de un lugar especial en Morelos, para resguardar el cultivo del conocimiento sagrado a lo largo de hartas generaciones desde mucho antes de la invasión española―, pero esa es otra historia.

Personas de Toapuri (Santa Catarina Cuextomatitlán), me contaron que Rafael era muy querido y respetado, que nació marcado con tan magnífica estrella que cuando la partera lo trajo al mundo pronunció alegre con fuerte y clara voz que «en ese día maravilloso las estrellas se alegraron porque llegó este niño que sería un santo» y que su vocación era todavía más grande que el vaticinio.

Rafael, siguiendo los pasos de sus ancestros a través de senderos orales, escuchaba todo lo que los ma’arakate (chamanes) contaban cantando en medio del crepitar de la fogata a cielo abierto durante las noches y dentro del calihuey (templo). Escuchaba todas las historias que le contaban de cómo fueron reducidos a vivir en las montañas y de cómo el último tlatoani luchó por ellos desde lejos, por eso vino a colación su nombre hace rato ―Recordó también que habían mencionado que presentaron al General ante la Madre Tierra en Altzomoni (Paso de Cortés), entre el Popocatépetl y la Iztaccíhuatl, cuando tuvo los nueve años y que allí pronunció en náhuatl que «la tierra no es del hombre, el hombre es de la tierra» ―. Y por eso, como al Cristo (Ta’tata), le tiene en mucha veneración.

En cuanto al conocimiento profundo, considera que mucho depende del aprendizaje de lo que convierte al practicante de estos conocimientos atávicos en chamán y refirió que algunos llegan a ser nahuales, personas que de manera cotidiana practican y dominan tales conocimientos. «El nahual es en realidad sólo un gran actor que sabe hacerse parte de la tierra (intervincularse), no es que se convierta en animal como se piensa, sino que es una persona con el conocimiento profundo como herramienta para adaptarse a determinada realidad sin ser notado para aprender más de su entorno y saber cómo actuar».
Señaló que tanto abuelos, padres, como la misma comunidad a que pertenece, «Las Latas», dicen que el pueblo es un sitio de poder donde los niños ― a lo largo de las tres etapas de un ritual que dura toda la vida, a saber: iyari, «corazón», ne’iyari, «mi corazón» y ta’iyari, «nuestro corazón»), para adquirir conciencia― eligen si quieren pertenecer al camino del conocimiento profundo o no.

En cuanto a su perspectiva de la herbolaria, considera el conocimiento de los poderes de plantas y flores con características de alimentar, envenenar, curar y enervar (como el kieri o «yerba del diablo», que, aunque tiene su lado oscuro y mucho, nada que ver con todo aquello que ha llevado a confundirle con el toloache) porque son vitales, cuestión de vida y muerte. En cuanto a la flor y canto, dijo que es todo aquello relacionado con el arte: poesía, pintura, chaquira…, o como la crianza de los niños y la contemplación de aquellos movimientos que ocurren en el cosmos.
Rafael, quien participó en ceremonias con plantas de poder a lo largo de su vida conoce y sabe secretos del conocimiento profundo que comenzó a adquirir desde infante: «Yo no lo soy, pero he visto en mi vida a muchos ma’arakate que son hechos y derechos nahuales», y explica que para que alguien sea considerado nahual debe aprender la matemática sagrada o se pierde para siempre (lo que establece dominar ciertos movimientos del cuerpo coordinados con la geometría cósmica para adquirir flexibilidad en la columna vertebral y la energía de la tierra).
«En mi caso, desde antes del ritual del híkuri (peyote), fui iniciado a partir de las enseñanzas del corazón (iyari), luego vino lo demás (neiyari y taiyari) y a ello me aferré» ―debido a que en la cosmovisión wirrarika es una manera de hablar y ordenarse con las fuerzas naturales o divinidades del mundo.
«Se trata ―dijo― de un conocimiento quizá más antiguo que el tolteca, pero a lo mejor tampoco lo es.
» …Ya por hoy estuvo bien. Mañana será largo día».